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Acoger a los migrantes es protegerlos de los traficantes

21 de febrero de 2017
Acoger a los migrantes es protegerlos de los traficantes

Francisco en la Audiencia al Fórum Internacional Migraciones y Paz: “la integración y la acogida son un imperativo moral”

Acoger: en contra de esa «índole del rechazo» que induce a ver al prójimo no como un hermano, sino como «súbdito que hay que dominar». Proteger: a todos los hermanos y las hermanas forzados a abandonar el propio lugar de origen por esos «traficantes de carne humana» que lucran con las desventuras ajenas. Promover: «el desarrollo humano integral», como «derecho innegable de cada ser humano». Integrar: reconociendo la riqueza cultural del otro alejando el riesgo de «nefastas y peligrosas guetizaciones»

Según Francisco hoy es un «deber» de justicia, de civilización, de solidaridad conjugar estos cuatro verbos, «en primera persona singular y en primera persona plural», para afrontar el fenómeno migratorio que sacude al mundo en la actualidad y que afecta a todas las regiones del planeta. El Papa lo afirmó claramente a los que participaron en la sexta edición del Fórum Internacional Migraciones y Paz, que fueron recibidos hoy por la mañana en la Sala Clementina. El evento, organizado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, por la Red de Migraciones Internacionales de los Escalabrianos y por la Fundación Konrad Adenauer, comienza hoy en Roma. Se reflexionará sobre el tema: «Integración y desarrollo: de la reacción a la acción».

En un denso discurso, suma de su magisterio sobre la cuestión migratoria, Bergoglio describió el delicado problema que no es ningún fenómeno nuevo en la historia de la humanidad, pero que en la actualidad está asumiendo rasgos cada vez más dramáticos, pues en la mayor parte de los casos se relaciona con «movimientos forzados, provocados por conflictos, desastres naturales, persecuciones, cambios climáticos, violencias, pobreza extrema y condiciones de vida indignas». Un escenario complejo ante el cual el Papa expresó «una particular preocupación», sobre todo debido a la naturaleza «forzosa de muchos flujos migratorios contemporáneos», que «aumenta los desafíos para la comunidad política, para la sociedad civil y para la Iglesia», y que «exige responder con mayor urgencia a tales desafíos de manera coordinada y eficaz».

Esta respuesta común se debe articular, según el Pontífice, con base en cuatro verbos: «acoger, proteger, promover e integrar». Francisco incitó a «superar la indiferencia y anteponer a los temores una actitud generosa de acogida hacia los que tocan a nuestras puertas». Pidió, pues, «un cambio de actitud» para contrarrestar esa «índole del rechazo» que, «arraigada en el egoísmo y amplificada por demagogias populistas», «induce a no ver al prójimo como un hermano, sino a dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a transformarlo más bien en un concurrente, en un súbdito que debe ser dominado». «Para cuantos huyen de guerras y persecuciones terribles, a menudo atrapados en las espirales de organizaciones criminales sin escrúpulos, hay que abrir canales humanitarios accesibles y seguros», dijo el Papa.

Y aclaró que lo que sirve es «una acogida responsable y digna» para estas personas, misma que comienza por su «primer alojamiento en espacios adecuados y decorosos». «Las grandes concentraciones de que piden asilo y de refugiados no han dado resultados positivos, sino que han generado nuevas situaciones de vulnerabilidad y disgusto», observó. «Los programas de acogida difundida, ya en marcha en diferentes localidades, por el contrario parecen favorecer el encuentro persona, permitir una mejor calidad de los servicios y ofrecer mayores garantías de éxito».

Francisco después citó a su predecesor Benedicto XVI, quien advertía frente los peligros de la explotación, del abuso y de la violencia a los que son sometidos los migrantes, para insistir en que la defensa de «los derechos inalienables» de los trabajadores y de las trabajadoras migrantes («y entre ellos particularmente quienes se encuentran en una situación irregular»), de los prófugos y de quienes piden asilo, de las víctimas de la trata, así como «la garantía de sus libertades fundamentales y el respeto de su dignidad», son «tareas de las que nadie puede eximirse». 

Papa Francisco afirmó: «Proteger a estos hermanos y hermanas es un imperativo moral que debe traducirse adoptando instrumentos jurídicos, internacionales y nacionales, claros y pertinentes; tomando decisiones políticas adecuadas y a largo plazo; privilegiando procesos constructivos, tal vez más lentos, frente a los que conceden consensos inmediatos; poniendo en marcha programas veloces y humanizados en contra de los “traficantes de carne humana” que lucran con las desventuras ajenas; coordinando los esfuerzos de todos los actores». Entre ellos, aseguró el Pontífice, «siempre estará la Iglesia».

Pero proteger no es suficiente: hay que «promover el desarrollo humano integral de los migrantes, de los prófugos y de los refugiados», «asegurándoles las condiciones necesarias para el ejercicio, tanto en la esfera individual como en la esfera social, dando a todos un justo acceso a los bienes fundamentales y ofreciendo posibilidades de decisión y de crecimiento». También en este ámbito es necesaria una acción «coordinada y previsora» de todas las fuerzas en juego: desde la comunidad política hasta la sociedad civil, desde las organizaciones internacionales hasta las instituciones religiosas.

«La promoción humana de los migrantes y de sus familias comienza en las comunidades de origen, allá en donde se debe garantizar, además del derecho de poder migrar, el derecho de no deber migrar, es decir el derecho de encontrar en la patria condiciones que permitan una realización digna de la existencia humana», insistió el Pontífice. Y también animó, para ello, a poner en marcha programas de cooperación internacional que no respondan a «intereses de parte» y que permitan un «desarrollo trasnacional» que otorgue a los migrantes un papel protagonista.

No debe faltar tampoco la integración, que no debe comprenderse como una «asimilación» ni como una «incorporación», sino como un «proceso bidireccional» que se base «esencialmente en el mutuo reconocimiento de la riqueza cultural del otro: no es aplastar una cultura sobre otra, y tampoco un aislamiento recíproco, con el riesgo de nefastas cuanto peligrosas “guetizaciones”». En este proceso el Papa exhortó a no descuidar la «dimensión familiar» e insistió en la necesidad de crear «políticas adecuadas que favorezcan y privilegien los reencuentros familiares». 

 Todo esto, según Francisco, es un «deber». Antes que nada «un deber de justicia», porque «ya no son sostenibles las inaceptables desigualdades económicas que impiden poner en práctica el principio de la destinación universal de los bienes de la tierra». «No puede un grupito de individuos controlar los recursos de medio mundo», denunció Bergoglio. «No pueden personas y pueblos enteros tener derecho a recoger solo las migajas. Y nadie puede sentirse tranquilo y dispensado de los imperativos morales que derivan de la corresponsabilidad en la gestión del planeta».

Para concluir, indicó que también se trata de un «deber de solidaridad», que nace de la «capacidad de comprender las necesidades del hermano y de la hermana en dificultades y ocuparse de ellas». Un «valor sacro» que está presente en toda tradición religiosa. «Frente a las tragedias que “marcan a fuego” la vida de muchos migrantes y refugiados (guerras, persecuciones, abusos, violencia, muerte), no pueden más que surgir espontáneamente sentimientos de empatía y de compasión. “¿Dónde está tu hermano?”. Esta pregunta, que Dios hace al hombre desde los orígenes, nos involucra, hoy especialmente, frente a los hermanos y las hermanas que migran. No es una pregunta que se dirige a otros, es una pregunta que se dirige a mí, a ti, a cada uno de nosotros», subrayó Papa Francisco.

Llamó la atención también sobre el grupo más «vulnerable» que son los niños y los adolescentes «forzados a vivir lejos de sus tierras de origen y separados de los afectos familiares». A ellos, más que nunca, concluyó el Papa, les sirve «protección», «integración» y «soluciones duraderas».

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