Domingo de Ramos
“La mayoría de la multitud tendió sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y las multitudes que iban delante de Él, y…
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Domingo de Ramos: La liturgia de este día nos presenta dos partes con sentimientos encontrados. Antes de iniciar la celebración de la Misa, se realiza una solemne procesión, que se inicia fuera del templo: procesión alegre, con cantos que recuerdan y conmemoran esa entrada gloriosa que en gran manifestación, acompañó al Mesías, al Salvador, montado humildemente en una borrica, dándonos ejemplo de humildad; un pueblo que va gritando continuamente: “¡Hosanna al Hijo de David!, “Hosanna en las alturas”. Hosanna significa en griego “ven en ayuda, danos la salvación” Ese saludo significaba para muchos la esperanza de ser liberados del yugo del Imperio romano; lo cierto es que, los que lo aclamaban reconocían a Jesucristo como el enviado de Dios.
En la liturgia actual se valora ese Hosanna como exclamación de alabanza, de gozo y de fe en Jesucristo Salvador.
Podemos distinguir tres grupos de personas ese día en Jerusalén: Uno, el de los que iban gritando junto a Jesucristo, alegres y felices viéndolo entrar y siguiéndolo, porque creían en Él; eran sus verdaderos seguidores. Otro, los que con indiferencia, a lado y lado del camino o desde las puertas de sus casas miraban impávidos el paso de esa alegre comitiva de recepción, sin sentir nada diferente de curiosidad; para ellos no significaba nada que los beneficiara. Y un tercer grupo, el de los fariseos, letrados y doctores de la Ley, que lo ven entrar triunfante, pero que lo miraban como un estorbo a sus planes de poder y de “buena vida”, como un juez que no aprobaba su manera de vivir, aunque aparentaran cumplir la Ley.
Entonces, ¿qué nos dice hoy a nosotros ese acontecimiento? ¿a qué nos llama este Domingo de Ramos? Nuestro mundo hoy nos presenta los mismos grupos de esa época: ¿Cuántos no quieren aceptar a Jesucristo porque les estorba? Él recrimina su vida de placer y poder, su egoísmo sin sometimiento a Dios y a sus mandatos; muchos de ellos, fariseos modernos, proclaman la presencia de Dios y Jesucristo como su enviado, pero… viven como si eso no fuera cierto; para ellos, la Semana Santa no les trae nada y más bien estorba sus planes egoístas, personalistas.
También encontramos los que, sin desafiar a Jesucristo o sentirse molestos por su presencia en el mundo, no les importa; son indiferentes, porque no creen necesitar de nadie o sólo se fían de los hombres de carne y hueso que encuentren en su camino.
El otro grupo que encontramos hoy, aunque no tan numeroso pero que sigue el Evangelio, a veces en forma silenciosa pero activa, es el que se alegra y finca todas sus esperanzas en Jesucristo, el Mesías, el Salvador; son aquellos que desde su corazón lo alaban diciendo “Hosanna hijo de David”, y dan gracias porque camina presente y vivo con ellos, y le dan gracias por acompañarlos en su caminar. ¿Y usted, a cuál de esos grupos pertenece? Esta Semana Santa que comienza hoy, es tiempo de Gracia y de conversión. Es tiempo de que revise su actitud y su posición y de acogerse al Salvador.
Al comenzar la Misa, encontramos en las lecturas un sentido diferente al de la procesión de los ramos; es el de la entrega de Jesucristo al Padre por amor a todos los hombres; la toma de la cruz con humildad, para sellar la salvación de todo aquel que crea en Él y lo siga. Jesucristo, el Mesías glorioso que entra a Jerusalén en medio de la aclamación popular, tendrá que pasar por la cruz, para podernos salvar. Y nos llama a tomar cada uno su cruz y a seguirlo para ser salvos.
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