Francisco se ha convertido en la conciencia de Europa

El Papa recibió esta mañana, en el Palacio Apostólico del Vaticano, el Premio Internacional Carlomagno 2016, como reconocimiento a su contribución a favor de la paz en…
El Premio Carlomagno es un premio otorgado desde 1950 por la ciudad alemana de Aquisgrán. Es el premio más antiguo y conocido con el que son distinguidas las personalidades o instituciones en el ámbito europeo en general y de la Unión Europea en particular.
«¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres capaces de dar la vida por la dignidad de sus hermanos?», han sido las preguntas fuertes que Francisco planteaba este viernes al recibir el Premio Carlomagno, el galardón europeo por excelencia.
El Pontífice recibió el galardón de manos de la canciller alemana, Angela Merkel y de los presidentes de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker; del Parlamento europeo, Martin Schulz, y del Consejo de la UE, Donald Tusk, todos ganadores del Premio en ediciones anteriores.
A la entrega del mismo asistieron importantes personalidades de todo el mundo y principalmente del llamado Viejo Continente, entre ellos el Rey de España, Felipe VI.
Cuando le fue entregado el premio, el Papa anunció su deseo de “ofrecer a Europa este prestigioso premio. No hagamos un gesto celebrativo, sino aprovechemos la ocasión para desear todos juntos un impulso nuevo y audaz para este amado Continente”.
Tomando perspectiva, Francisco ha recordado que «de la guerra más terrible que se recuerda, surgió, con la gracia de Dios, una novedad sin precedentes en la historia», buscando la paz y la integración entre pueblos que se hicieron la guerra durante siglos.
Pero en la actualidad, según el Papa, «aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir la unidad, parecen estar cada vez más apagados» pues «nosotros, los hijos de aquel sueño estamos tentados de caer en nuestros egoísmos, mirando lo que nos es útil y pensando en construir recintos particulares».
El gran peligro es, «una Europa tentada de querer asegurar y dominar espacios más que de generar procesos de inclusión y de transformación; una Europa que se va ‘atrincherando’ en lugar de promover nuevos dinamismos y buscar nuevas soluciones a los problemas actuales». La receta del Papa pasa por «volver a aquella solidaridad de hecho, a la misma generosidad concreta que siguió al segundo conflicto mundial».
Para dar soluciones a un mundo en crisis, Francisco proponía «una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en tres capacidades: la de integrar, la de dialogar y la de generar».
Para potenciar la capacidad de integrar, el Papa recordaba que «las raíces de Europa se fueron consolidando en el transcurso de su historia, aprendiendo a integrar en síntesis siempre nuevas las culturas más diversas y sin relación aparente entre ellas. La identidad europea es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural». En esa línea, invitaba a «promover una integración» mediante «una solidaridad que nunca puede ser confundida con la limosna, sino como generación de oportunidades».
Ante el desafío de la globalización no hay que encerrarse sino redescubrir «la amplitud del alma europea, nacida del encuentro de civilizaciones y pueblos, más vasta que los actuales confines de la Unión, y llamada a convertirse en modelo de nuevas síntesis y de diálogo».
Respecto al segundo punto, «la capacidad de dialogar», el Papa aconsejaba a los europeos un auténtico aprendizaje, que nos permita reconocer al otro como interlocutor válido, que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado».
Estrategias de vida e integración
Francisco advierte a Europa que «la paz será duradera en la medida en que armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo, les enseñemos la buena batalla del encuentro y la negociación. Así podremos dejarles en herencia una cultura que sepa delinear estrategias de vida en lugar de muerte, de integración en lugar de exclusión».
El Papa sugiere incluir esa cultura «en todos los programas escolares como un eje transversal de las disciplinas», para «inculcar a las nuevas generaciones un modo diferente de resolver los conflictos».
Respecto al tercer punto, la «capacidad de generar», Francisco pidió mucha más atención al empleo de los jóvenes –«que no son solo el futuro, sino ya el presente», para que puedan establecer nuevos hogares. Esto requiere «la búsqueda de nuevos modelos económicos más inclusivos y equitativos, orientados no para unos pocos, sino para el beneficio de la gente y de la sociedad».
Para ello es necesario «pasar de una economía que apunta al rédito y al beneficio, basados en la especulación y el préstamo con interés, a una economía social que invierta en las personas creando puestos de trabajo y cualificación». Y, al mismo tiempo,«pasar de una economía líquida, que tiende a favorecer la corrupción como medio para obtener beneficios, a una economía social».
Una Europa joven y madre
El vigoroso discurso del Papa terminaba con la presentación de un modelo más humano: «Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida».
Sueña «una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio». Una Europa «donde ser inmigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano».
Una Europa «donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable».
«Sueño –concluyó el Papa- una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes».
Era un proyecto atractivo, humano y esperanzador. Se comprendía que le hubiesen entregado el Premio Carlomagno «por su extraordinario esfuerzo a favor de la paz, de la comprensión y de la misericordia en una sociedad europea de valores».
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