«Los muros para frenar la migración antes o después caen, no son la solución»
Los muros para detener a los migrantes antes o después caerán, caerán todos, y no son la solución, porque solo hacen que aumente el odio.
En el mundo ya hay 65 paredes, barreras o alambrados levantados con la intención de contener la inmigración ilegal. Constituyen un símbolo agresivo de eficacia incierta.
La globalización ha echado abajo muchas fronteras para el comercio, pero para las personas la preocupación sobre la seguridad y el deseo de contener la inmigración ilegal lleva a la construcción de muros en el mundo, pese a las dudas sobre su eficacia a largo plazo.
Hace un cuarto de siglo, a la caída del muro de Berlín, había 16 muros que defendían fronteras en el mundo. En la actualidad hay 65, terminados o en construcción, según la investigadora Elisabeth Vallet, de la Universidad de Québec.
Desde el muro de separación israelí (el “muro del apartheid” para los palestinos) a la verja de alambre de púas de 4.000 kilómetros que India construye en la frontera con Bangladesh, el enorme dique de arena que separa Marruecos de las regiones del Sáhara en manos del Polisario o la valla de Melilla, los muros y las barreras son cada vez más populares entre los políticos deseosos de mostrar su firmeza en cuestiones de migración y de seguridad.
En julio, el gobierno conservador húngaro inició la construcción de una barrera de cuatro metros de altura a lo largo de su frontera con Serbia, para tratar de contener el flujo de refugiados que huyen de Siria, Irak o Afganistán.
“Hemos destruido recientemente los muros en Europa, no deberíamos construirlos de nuevo”, dijo entonces un portavoz de la Unión Europea.
Otros tres países -Kenia, Arabia Saudí y Turquía- fortifican sus fronteras para impedir la infiltración de yihadistas procedentes de los países vecinos, Somalia, Irak y Siria.
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